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EMPLAZAMIENTO DE LAS NECRÓPOLIS

La fundación de un cementerio era considerada como una obra pía, similar a la creación de una mezquita; no se realiza ningún tipo de rito para consagrar la tierra, el cementerio gana su significación religiosa por serlo. 

Las personas encargadas de cuidar los cementerios eran el cadí (qadi) y el almotacén (al-muhtasib), funcionarios encargados de demoler las construcciones levantadas abusivamente en los cementerios y de prohibir las prácticas que podían suponer una profanación de las tumbas, como, por ejemplo, echar basuras o coger las telas votivas depositadas sobre las lápidas sepulcrales.

Los creyentes musulmanes enterraban a sus muertos en lugares habilitados para tal fin, generalmente en cementerios extramuros de los núcleos urbanos, pero también podían enterrarlos a veces en sus propias casas o en pequeños panteones privados intramuros o extramuros de las ciudades.

Es conocida la pauta de situar los cementerios a los lados de los caminos principales de la ciudad, al exterior de las murallas y próximos a las puertas principales, con el objetivo de que los paseantes o viajeros dirijan una oración por sus predecesores. Los cementerios no solían estar delimitados por un muro de cierre y eran lugares sagrados donde no se debía cultivar ni construir edificación alguna.

En el caso de las ciudades en el interior es frecuente que se ubiquen en ladera. La proximidad de una rambla o ramblizo a un cementerio no es un hecho aislado, sino que está constatado en Granada donde incluso penetra en el cementerio marcando un eje. 

Otra pauta que se observa en algunas ocasiones en los cementerios andalusíes es la reocupación de un lugar que ya había tenido esa misma función funeraria. Esta circunstancia se ha observado en los enterramientos islámicos de algunos yacimientos están localizados en el mismo lugar donde anteriormente habían realizado sus tumbas los iberos. Desconocemos si los musulmanes conocían este hecho, pero sí nos consta que los sepultureros al cavar las estrechas fosas de enterramiento hallaron las cenizas, los carbones y los restos óseos quemados de las incineraciones ibéricas. 

En el interior de las ciudades, los palacios reales tenían su rawda o necrópolis, situada generalmente en el jardín. Los soberanos omeyas fueron enterrados en el recinto del Alcázar de Córdoba. Muhammad b. ‘Abbad, primer rey ‘abbasí de Sevilla, fue inhumado en el año 1041-1042 en el interior del palacio real de esta ciudad. En Valencia poco antes de la conquista de la ciudad por Jaime I de Aragón, el cementerio real se hallaba ubicado cerca de la gran mezquita.

Debió existir una espléndida capilla funeraria, la Rawda, de la que no queda casi nada, en los jardines de la Alhambra, al este de la mezquita; allí descansaron los restos mortales de los sultanes Muhammad II, Isma’il I y Yusuf I, hasta el día en que Boabdil se llevó los restos de sus antepasados a su emirato de las Alpujarras y los hizo enterrar al pie del castillo de Mondújar.

 

 

Antonio Díaz Serrano

BIBLIOGRAFÍA:

PERAL BEJARANO, C. (1995): Excavación y estudio de los cementerios urbanos andalusíes. Estado de la cuestión. Estudios sobre cementerios islámicos andalusíes. Málaga, pp. 11-36. 

- PONCE GARCÍA, J. (2002): Los cementerios islámicos de Lorca: aproximación al ritual funerario. Alberca: Revista de la Asociación de Amigos del Museo Arqueológico de Lorca, ISSN1697-2708, Nº. 1, págs. 115-148.

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