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EL CALIFATO DE CÓRDOBA (929 - 1036)

 El Califato de Córdoba fue un territorio gobernado desde la ciudad de Córdoba por los califas de la dinastía Omeya y, por extensión, nombre del periodo de mayor apogeo de al-Andalus, que a lo largo de un siglo de existencia, desde el 929 hasta el 1031, marcó el cenit de la influencia del islam andalusí dentro y fuera de la península Ibérica.

Establecimiento del  califato cordobés

Al emirato independiente le sucedió el califato cordobés. El tránsito al califato fue asumido por Abd al-Rahman III en el 929, cuando reunió en su persona el título de califa, en tanto que jefe espiritual y temporal de todos los musulmanes y protector de las comunidades no musulmanas bajo su jurisdicción (cristianos y judíos), así como el de príncipe de los creyentes (amir al-muminin). El califa debía velar por la unidad religiosa y el mantenimiento de la ortodoxia oficial: la doctrina malikí, una de las cuatro grandes escuelas de interpretación jurídica de la doctrina islámica del periodo clásico, basada en el rigorismo religioso, e introducida en al-Andalus en la época del emir Hisam I (788-796).

La proclamación del califato vino precedida del restablecimiento de la unidad de al-Andalus y de la creación a principios del siglo X del califato Fatimí de Ifriqiya, en el Magreb, frente al califato Abasí de Bagdad, hecho este último que suponía una grave amenaza por la ayuda que podía dispensar a los rebeldes de al-Andalus y porque obstruía su acceso a las rutas comerciales del sur del Sahara.

En la evolución del califato se pueden distinguir tres etapas claramente diferenciadas. En primer término, tuvo lugar el periodo de dominio efectivo de los califas Omeyas (Abd al-Rahman III y Al-Hakam II) entre el 929 y el 976, bajo los cuales el califato se convirtió en uno de los centros políticos, económicos y culturales más importantes del Occidente medieval. En segundo lugar, transcurrió el periodo Amirí (976-1009), durante el que Hisam II, el hijo de Al-Hakam II, accedió al califato gracias a una intriga palaciega, pero en el cual el poder real fue asumido por su hayib(primer ministro) Muhammad ibn Abí Amir al-Mansur, más conocido como Almanzor (981-1002), y posteriormente por los dos hijos de éste, Abd al-Malik al-Muzaffar (1002-1008) y Abd al-Rahman Sanyul, también conocido como Sanchuelo (1008-1009); época en la que se recurrió sistemáticamente a la yihad (`guerra santa') contra los reinos cristianos, obteniendo importantes pero efímeras victorias militares, y en la que la usurpación del poder califal planteó un grave problema de legitimidad. Finalmente y como última etapa, se llegó a la crisis y desintegración del califato, la llamada fitna (`fraccionamiento'), que se prolongaría hasta el año 1031, cuando finalizó el gobierno de Hisam III, iniciado cuatro años antes, para dar comienzo a la existencia de los reinos de taifas.

Desarrollo califal en Córdoba

A lo largo del califato se recuperaron las fronteras alcanzadas por el emirato en el siglo anterior, logrando someter a tributo a los reinos cristianos y deteniendo la repoblación aragonesa y catalana. Sin embargo, el poder califal no pudo evitar la consolidación de aquéllos y el avance del proceso conocido como Reconquista. A su vez, el califato desarrolló una política activa en el norte de África y en el Mediterráneo occidental para debilitar la presencia Fatimí en el Magreb. Unos frentes políticos en los que desempeñó un papel fundamental el Ejército, dentro del cual jugarían un papel creciente las tropas bereberes (que serían alistados de forma masiva por Almanzor), y la Marina de guerra, creándose desde la época de Abd al-Rahman III una importante flota para hacer frente a las invasiones de los pueblos nórdicos y para apoyar acciones en el Magreb contra los intereses Fatimíes.

El califato de Córdoba culminó el desarrollo de la civilización hispanomusulmana, tanto en su organización política y la administración de sus recursos como en el florecimiento de una dinámica e intensa actividad cultural. El califato nunca tuvo una estructura administrativa fija, pero modeló un Estado centralizado amparado en la tradición precedente. Una de las piezas más importantes fue el hayib, que se convirtió en una institución permanente bajo Al-Hakam II, el cual dirigía la política administrativa de las provincias y las campañas militares, además de otros asuntos encomendados por el califa. En las tareas de gobierno y bajo el directo control del hayib se encontraban los visires, cuyo número varió de forma constante. A estos funcionarios, algunos de ellos integrantes de la Secretaría del califa, habría que añadir otros ya existentes en la época del emirato, como el zalmedina, que era el regente en ausencia del califa, y los jueces (cadíes o qadis), que ejercían sus funciones de acuerdo con el Corán y bajo la interpretación de la escuela jurídica malikí. Esta compleja estructura estatal y el mantenimiento de un poderoso ejército fueron posibles gracias a la diversidad de los recursos del califato y la eficacia del sistema impositivo tanto en las ciudades como en el mundo rural, y por la tributación y las operaciones militares contra los reinos cristianos.

Por último, el califato, y en concreto su capital, la ciudad de Córdoba, se convirtió en el epicentro de la civilización hispanomusulmana y desempeñó un papel esencial en las relaciones espirituales e intelectuales entre Oriente y el mundo cristiano, así como en la transmisión a Europa de la cultura clásica, ejerciendo una gran influencia en el desarrollo de la filosofía europea de la edad media.

Antonio Díaz Serrano

BIBLIOGRAFIA:

- LEVI-PROVENÇAL, E. (1957): España musulmana hasta la caída del califato de Córdoba (711-1031), Madrid.

- WATT, W. (2001): Historia de la España islámica, Alianza, Madrid.

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